lunes, 9 de abril de 2012

Relato: 'Intermitente'



El reloj victoriano marca la una de la tarde en la vieja torre. Cuántas personas, felices, esperanzadas hubo allí alguna vez esperando el comienzo de un nuevo año. La bandera ondea en el cielo despejado, batiendo sus orgullosas alas contra el sol milenario; desde el suelo, un joven la mira fijamente. No siente respeto por esa bandera, solo guarda rencor. Simplemente ve un trozo de tela decorado con brillantes y cálidos tonos.

Su sueño siempre fue salir de ese país, vivir en algún lugar emocionante, donde pudiera triunfar y escribir las historias más hermosas. Estuvo tan cerca de alcanzarlo, pero entonces su padre enfermó y le pidió que se quedara allí y cuidara de su familia, castigándose a sí mismo por una mala tirada de cartas del destino.

Saca su libreta, se deja llevar por todo lo que percibe y, así, escribe:

Soy un alma perdida, una luz errante inhibida de emociones. Todo se despliega en esta página, palabras entrecortadas saliendo como afiladas flechas de cada una de las heridas de mi corazón; y, así, vuelvo a ser un tarro vacío, llenándose poco a poco por las caídas constantes de mi orgullo y mi valía, que quizá, solo quizá no se escapan, solo se pierden entre turbias emociones, por mucho más oscuras y fugaces que el sueño que cada uno aspira a alcanzar.

Cierra la libreta; tiene la posibilidad de conseguir lo que desea, pero siente que es demasiado tarde; es como vivir en una cárcel con las puertas abiertas.

Cinco metros bajo tierra, recién llegada del aeropuerto de Barajas, una joven mejicana llega al centro de Madrid.

Da un paso; pisa la estación de tren y respira aliviada su nueva vida mientras un trémulo fulgor escapa en forma de suspiro de sus labios. Por fin sale a la cálida mañana y mira con ojos llenos de ternura y alegría la bandera ondeante de su nueva patria. Miles de texturas y brillantes colores la rodean. Tiene que contenerse para no sentarse en medio de la plaza y empezar a crear un bello boceto para guardarlo siempre en su bolsillo.
Desde pequeña había destacado. Fue a la escuela, haciendo acopio del poco dinero de su familia; estudiaba, dibujaba, creaba paisajes de libertad y amor, un lugar en que no tuviera que lidiar con la pesadumbre. A los diecinueve años estaba lista para entrar en la universidad, obtendría un título de Bellas Artes y todo sería genial. Pero eso nunca pasó. Pensó que por fin tenía un bonito final al alcance de la mano. Vivió un solo día con ansias de librarse de las responsabilidades y, de pronto, se encontró en una cama, con el sol de la mañana bañando una solitaria habitación, y ella, tendida, sola y desnuda en medio de un manojo de sábanas.

Aquella noche su vida cambió para siempre. Con un nuevo ser en su interior, huyó de su pueblo, abandonó a su familia y, nueve meses más tarde, dejó a un recién nacido en un pobre orfanato.

Fue el peor tiempo de su vida. Veía cómo los retazos destrozados de aquella hermosa imagen que siempre fue su sueño se desgarraban, fundían, formando entonces una confusa masa a la que todos llaman recuerdo, que no la dejaba olvidar el error que cometió, recordándole siempre que cuanta más fuerza pusiera en sus alas al querer elevarse, más dolorosa y sangrienta sería la caída al más pequeño desliz.


No le quedó otra opción que inventarse una nueva vida, y con unas desgastadas acuarelas, un pincel despeluchado y su instinto de supervivencia llegó a España, decidida a no dejar escapar una sola oportunidad de seguir adelante, ya que nunca es demasiado tarde.

Así que, con decisión, levanta la mirada y mira aquella hermosa bandera.

“Tres simples colores, tantas ideas…”, un pensamiento compartido con dos vistas diferentes.

Ensimismado en sus pensamientos, el chico no se percata de que una joven mejicana le está reclamando su atención al preguntarle por una calle; sigue parado en la Puerta del Sol, con una nueva e inesperada compañía, alguien que le contradice en todas sus ideas, oh, cuán irónica llega a ser la vida…

De repente, escucha el ruido de unos botes chocar contra el suelo.

-Vaya… lo siento, es que al llevar tantas cosas pequeñas es muy difícil manejarlo todo…-se excusó la chica de suaves rasgos.

-Sí, lo sé es fácil que algo acabe cayendo -terminó el joven la frase.

La ayuda a recoger sus acuarelas y en un instante alcanza a ver un retazo de una desgastada y vieja foto. Es la chica, lleva un bombín de graduación y está abrazando a un anciano hombre de frágil aspecto.

-Veo que has ido a la universidad, ¿en qué trabajas? -sin explicación alguna, el muchacho empieza a sentir una extraña conexión con la mejicana.

-En realidad…, esa foto es del instituto, no llegué a empezar la universidad.

-Es una pena, ¿qué querías estudiar?

-Bellas Artes, aunque todo es, como se suele decir, una larga historia…

-¿Es interesante? –al chico la curiosidad le estaba empezando a martirizar.

-Sí, se podría decir que no he tenido una vida precisamente tranquila.

-¿Qué tal si te invito a un café y me lo cuentas? Soy periodista y de aquí podría salir un artículo muy bueno.

La muchacha pensó en todas las ofertas que el destino brinda. ¿Qué pasaría si rechazaba aquella oportunidad y luego se arrepentía? Es posible que pudiera mostrarle sus dibujos y que la contrataran en su misma editorial. Esta vez no se dejaría intimidar.

-De acuerdo.

De lo que aconteció aquella mañana de verano, solo unos pocos guardan recuerdo; en un mundo de mil caminos entrecruzados, una chica mejicana cambió para siempre la visión del joven. Un café compartido se convirtió en un intercambio de ideas entre una mujer recién llegada al paraíso y un hombre deseando salir de un infierno.

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Sé que un periodista no debe expresar su opinión personal en una noticia, pero estas afectan a nuestras vidas, son nuestros destinos.

Esto no es más que una carta de despedida de mi puesto de trabajo. Lo que ha leído usted no es más que mi último reportaje, esta vez sobre inmigrantes que llegan a España escapando de sí mismos. La diferencia es que esta historia cambió mi mundo y me obligó a luchar por mi sueño.

Una importante decisión que tomé de forma repentina y afirmé cuando volvía a casa después de aquella extraña entrevista en el café, con cuatro folios llenos de sentimientos de aquella extraña chica mejicana, de corazón española, que siguió adelante sin dejarse atrapar por dificultades.

Me había pasado la vida siendo como aquella farola intermitente de la puerta de mi bloque, nunca decidida a alumbrar en la oscuridad; pero aquella noche, cuando todo cambió, estaba encendida para asombro de muchos y decisión de mi alma.

Todos los que no se han rendido, todos aquellos que llegaron buscando algo mejor, lo han conseguido. Ahora es mi turno.

Con cariño del que, a partir de hoy, no volverán a tener noticia, mi agradecimiento por haber confiado en mí en estos años de trabajo a su servicio.

(Un periodista).


Elena Romero y Yuleica Pertierra. 4ºESO.

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