jueves, 16 de mayo de 2013

Premio de relatos Día del Libro 2013: Jorge Collado, accésit categoría 3º y 4º de ESO, Bachillerato y Ciclos

ACCÉSIT: JORGE COLLADO VELLISCO. 2ºB BACHILLERATO

Silencio en medio de una angustiosa noche. Calma. Su tranquilidad tan solo era interrumpida por el dulce toque que daba el viento al frotar las hojas de los árboles. Y por sus recuerdos. Sus recuerdos eran lo que realmente turbaba su alma, su ser.

Él era un tecnócrata, una persona de la alta burguesía que solía codearse con gente adinerada. Ella tan solo era una pobre trabajadora de familia humilde. Él se llamaba Jean; ella, Marie. Ambos eran jóvenes. Corría el año 1952.

Marie observaba a Jean sin que este se diese cuenta. Vivían a apenas dos manzanas el uno del otro. Estaba enamorada de él. Se conocían. Eran algo más que conocidos pero algo menos que amigos. Jean estaba demasiado ocupado con sus asuntos de negocios como para darse cuenta del ímpetu que ponía Marie al saludarle, de cómo le brillaban los ojos cuando le veía, de cómo florecía su sonrisa al encontrarse con él… Jean era demasiado superfluo para lo emocional que era Marie. Pero ella estaba ciega. Ciega por él.

Eran un contraste en toda regla. Él, independiente, no buscaba a ninguna mujer en especial. Ella, tan atada a él por este sentimiento que llaman amor.

Marie tenía un enorme vacío en su ser. Estaba sola. Sus padres habían fallecido recientemente por razones médicas. Quería expresar sus sentimientos, saber que Jean sabía que ella le amaba. Pero tenía miedo. Era insegura…

Hasta cierto día. Día que recuerdo a la perfección. Era un 14 de abril, día de la República. Ella se armó de valor y decidió decirle todo aquello que sentía hacia él. 


Le esperó durante horas en los aledaños de su casa, pero Jean no aparecía.

Se hizo de noche. Hacía frío. Se volvió a casa, con una gran pesadez en el fondo de su ser. No sabía qué había podido ocurrir. Al día siguiente Marie repitió los acontecimientos, con el mismo resultado. Así pasaron varios días, hasta que Marie recibió una carta. Era una carta con un sobre azul, con detalles en un dorado algo apagado y, en la parte superior derecha, destacaba un sello con la madrileña Puerta del Sol. La abrió. Era una invitación. Pero, ¿a qué? Se dispuso a leer.

‘El señor Jean Dominique y la señora Denise Freud se complacen en invitarle al enalce matrimonial…’.

Se iba a casar. Conforme iba leyendo se iba rompiendo por dentro. Un pedacito de su alma se iba marchitando poco a poco… se guardó la carta y paseó por su casa, intentando convencerse de que no era cierto. ‘No lo ha podido hacer. Él no buscaba ninguna chica’- decía para sus adentros.

En semejante estado de perturbación, asaltada por mil confusos pensamientos, siguió paseando, pero no sirvió de nada, al cabo de medio minuto sacó de nuevo la carta y sobreponiéndose lo mejor que pudo, comenzó otra vez la mortificante lectura…

Era una época entre grandes diferencias entre clases sociales. Denise tenía una gran fortuna, y por ello se habían casado.

Fue entonces cuando supo que estaba sola. Estaba sola en una sociedad que a todos nos maltrata. ‘Soledad en sociedad’.

Retomemos la calma y el silencio de la noche que comenté al principio.

Ella ya le había olvidado, aunque por momentos, le venían a la cabeza recuerdos de aquellos tiempos. Estos recuerdos esporádicos cesaron con un acontecimiento.

Mientras Marie observaba a Jean durante todos esos años, y observaba a Marie. Estaba enamorado de ella, pero ella no lo sabía. Éramos amigos.

Yo era humilde, pobre como Marie. Al verla sufrir tanto por un hombre que no la trataba como merecía, me acordé de que tenía una prima en el norte: Denise. Tenía mucho dinero y pensé que si ella y Jean se conocían, yo podría hacer feliz a Marie.

Y así fue. Sé que no actué moralmente bien, pero fue tanto por su felicidad a largo plazo, como esto del dinero mueve montañas, se casaron.

Marie se destrozó. Dejé que pasaran los días para poder acceder a ella. Finalmente lo conseguí. Y fui yo quien consiguió que fuese feliz y que olvidase a Jean.

Fui yo quien se ganó su corazón.

Fui yo quien se casó con ella. Tuvimos tres preciosos hijos: dos niñas, Laura y Cristina, un niño, Paul.

Y es ahora, Marie, postrada en una cama de hospital, al borde de la muerte, cuando te confieso todo esto.

Siento no habértelo contado antes. Quería que creyeses en las casualidades.

Te dedico mis últimas palabras, Marie.

Sé feliz.

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