domingo, 26 de abril de 2015

CONCURSOS LITERARIOS DEL DÍA DEL LIBRO 2015. Relatos ganadores.

El pasado 24 de abril  tuvo lugar la entrega de premios de los concursos literarios convocados para celebrar el cuarto centenario de la publicación de la segunda parte de El Quijote.
Los alumnos pusieron a prueba su ingenio para redactar unos relatos que debían incluir algún breve fragmento de la obra de Cervantes. Este ha sido el resultado.

Ganador del concurso de relatos 2015.
Alumnos de 1º y 2º de ESO.

Autor: Alejandro Organista. 2ºF ESO.

Crónicas: el exilio desde la isla

Y dijo al secretario  que, sin añadir ni quitar cosa alguna, fuese  escribiendo lo que él le dijese, y así lo hizo, y la carta de la respuesta  fue del tenor siguiente:

Querido conde:
No voy a relatar una buena nueva, pues en este año de gracia del Señor, el MDCX, ha tenido lugar una invasión de unos bárbaros, comandados por el mercenario Gumersindo, que está sustrayendo la ínsula de mi poder.
Aunque hemos rogado a Dios, no hemos conseguido derrotarlos, pues su número es tan extenso, que no existe número tan grande en el lenguaje humano para nombrarlos.
Y os pido a vos que solicitéis a su Majestad el envío de un ejército fuerte y bien armado, pero ante todo numeroso.
Es tal la situación que nuestros vasallos están escapando de la ínsula en ocasiones sin sus ancianos o enfermos.
Temo verme abocado al exilio desde la isla, y que la invasión se extienda a otras tierras y señoríos con la consiguiente carnicería.

Sancho Panza
  


Accésit del concurso de relatos 2015.
Alumnos de 1º y 2º de ESO.

Autor: Pablo Ruiz Cuzado. 1ºF ESO.

A un lado del patio estaba puesto un teatro y dos sillas, sentados dos personajes, que por tener coronas en la cabeza y cetros en las manos, daban señales de ser algunos reyes, ya verdaderos, o ya fingidos. Al lado de este teatro, adonde se subía por algunas gradas, estaban otras dos sillas, sobre las cuales se encontraba un hombre vestido de vivos colores, que, por el aspecto de sus vestimentas debía de ser el bufón y el otro asiento estaba vacío ya que la persona que instantes antes había estado en él se había levantado para dirigirse a los reyes, y con voz solemne les anunció:
-          Desde todos los rincones del mundo, a veros vienen artistas, que para vuestra diversión realizarán sus mejores trucos.
Una larga fila de personas de los más diversos aspectos subió al escenario, algunos cargaban con instrumentos, otros sin embargo no portaban objeto alguno, incluso una había que afirmaba domar serpientes.
Cuando las personajes actuaron, los reyes se limitaron a hacer gestos y a comentar entre ellos; solo parecieron más interesados cuando un acróbata de aspecto oriental realizó todo tipo de piruetas sin que un gesto delatara el esfuerzo que había tenido que emplear.
Actuación tras actuación la fila menguaba de tamaño, hasta que terminó por desaparecer, cuando esto ocurrió, los reyes se levantaron y sin decir palabra se marcharon, mientras escuchaban el sonido de los aplausos frenéticos del público.



Ganador del concurso de relatos 2015.
Alumnos de 3º y 4º de ESO.

Autora: Isabel Alegre Arance. 4ºB ESO.

¿Por qué?
El estruendo de la batalla invadía sus oídos. Oía lamentos, gritos, llantos, muerte; todo ello rodeándolo. Su corazón, golpeaba su pecho al ritmo de las armas, arrancando almas por precios que no merecían la pena.
El polvo se metía en sus ojos, haciéndole llorar; aunque en ese instante, no sabía si lloraba por el polvo de la dura batalla o por el dolor de su nueva existencia entre aquellos hombres. O, a lo mejor, era la certeza de que la muerte se aproximaba a él demasiado rápido.
En fin, no sabía ni por qué lloraba, ni por qué sufría, ni por qué llevaba un arma entre las manos, ni si quiera sabía por qué estaba allí.
Era la primera batalla que veía de cerca, y llevaba alrededor de una hura aferrado al frío metal de un arma que no había detonado, suplicando el regreso a casa. Su casa… los recuerdos de su madre y sus hermanos pequeños invadieron su mente con rapidez. Él, que se creyó infeliz alguna vez por tener que cuidar a sus hermanitos, o se había sentido agobiado por la cercanía de su madre… Y ahora estaba en aquel infierno.
Ni siquiera podía luchar por aquellos al os que más quería.
De repente, el sonido del fuego se hizo más intenso, y un hombre cayó cerca de donde él estaba agazapado: detrás de unos sacos de arena que decían protegerle. El olor de la sangre inundó sus sentidos por entero, algo más seca de lo normal por el polvo del suelo.
Ahora aquel hombre que abrazaba a la muerte captaba toda su atención. Se acercó a gatas. Se quedó mirando sus ojos vidriosos y sin vida hasta que no pudo más y tuvo que cerrárselos, entrando en contacto con su piel, que se iba enfriando poco a poco, olvidando el recuerdo de la vida. Ni siquiera sabía quién era ese hombre al que contemplaba morir. Una solitaria lágrima dejó un pequeño camino entre la suciedad de su rostro.
¿Qué hacía allí realmente? ¿^Por quién lloraba? ¿Con quién luchaba? ¿A quién mataba? ¿Por qué estaba allí?
Muchas veces se había preguntado el porqué de la vida. Ahora se preguntaba el porqué de la muerte.
Enfadado con su cobardía, con la vida y con la muerte, con Dios si es que lo había, en los gobernantes…; con todo, se puso en pie, agarró su arma con furia y se puso en el frente para disparar. Sus pies estaba bien fijos en el suelo, su mente bien fija en el blanco y su dedo bien fijo al gatillo. Y entonces, hizo lo que le habían ordenado: disparó.  Disparó a discreción. No se paró a pensar en las vidas que arrancaba, ni en las familias que destrozaba. Se comportó como un auténtico autómata, eso es lo que querían los que le habían mandado allí. Mató tanto a personas, tanto a su propia moral, hasta que no le quedó creencia alguna.
Tan centrado ha´bia estado en su fatal tarea que no se dio cuenta de lo que pasaba a su alrededor; no se dio cuenta hasta que una bala se abrió paso en su pecho. Oh, maldita y certera muerte.
Consciente de que serían sus últimas palabras, se dio la vuelta pausadamente y pronunció su sentencia:
-          ‘¡Abrid camino, señores míos, y dejadme volver a mi antigua libertad; dejadme que vaya a buscar la vida pasada, para que me resucite de esta muerte presente! Yo no nací para ser gobernador, ni para defender ínsulas ni ciudades de los enemigos que quisieren acometerlas…’
Con estas últimas palabras, algo incompletas, tomó su último aliento, su corazón latió por última vez, y su cuerpo cayó al suelo, recibiendo a la muerte, finalmente.
Y, entonces, la parca le presentó los porqués de la infinita muerte.



Accésit del concurso de relatos 2015.
Alumnos de 3º y 4º de ESO.


Autora: Alba Rodríguez Romero. 4ºA ESO.

Contrato

Hoy os contaré la historia de cómo reviví, de cómo volví del inframundo a la Tierra.
Mi nombre es Thomas Time y morí una tarde del mes de abril. Quedé con mi amada Sonia aquel día y después de cenar volvimos a nuestro hogar. Ella sacó un puñal y me clavó tres puñaladas en la espalda. Cuando morí, dos ángeles negros vinieron a por mí y me llevaron a los pies de Satanás y le dije.
-No merezco estar aquí, necesito vengarme antes de morir.
Satanás me dio a elegir entre dos opciones:
-Te dejaré vengarte de tu amada pero después volverás a la muerte y dirigirás las ínsulas donde se encuentras los bastardos. O volverás a la vida pero nunca volverás a dormir y tendrás todos los efectos que un humano suele tener con insomnio.
Yo elegí la primera y, de repente, nada más decir que elegía el primer trato, apareció un libro y un bolígrafo delante de mí para que firmase. Hice un garabato lo más parecido a mi firma, ya que los nervios no me dejaban mantener el pulso firme.
Satanás llamó a Sadme, un ángel bastante atractivo, y me llevó a las puertas del inframundo para pasar a la Tierra.
-                     -¡‘¡Abrid camino, señores míos, y dejadme volver a mi antigua libertad; dejadme que vaya a buscar la vida pasada, para que me resucite de esta muerte presente! Yo no nací para ser gobernador, ni para defender ínsulas ni ciudades de los enemigos que quisieren acometerlas pero deseo vengar mi muerte y que así sea. Así que abridme paso  que aquella persona a la que yo solía llamar Cielo hoy bajará al infierno y permanecerá conmigo para siempre!- dije.
Pasé por un portal lleno de luz y de humo donde solo me podía guiar una voz que decía.
-Ven, sígueme.
Cuando entré en el mundo de los vivos estaba en el momento exacto antes de mi muerte. Sonia estaba sacando el puñal cuando me di la vuelta y luché por conseguirlo y, sin darme cuenta, nuestro forcejeo hizo que Sonia, descuidadamente, se clavara el puñal en el pecho.
Yo no deseaba esto. Tan solo quería sentir lo que ella sintió cuando me mató, pero yo sentía pena por haber matado al amor de mi vida.
Me tiré encima de ella y llorando en su pecho se me apareció el demonio con su sonrisa y nos llevó a rastra bajo tierra.
Ahora me encuentro gobernando esta isla donde no hay más que guerras. Las ciudades se encuentran en llamas y aunque muerto, no siento el calor del fuego, odio ver cómo la belleza de la vida se ha marchitado.
Sonia se encuentra maniatada en una de las mazmorras del Dios de los infiernos y, de vez en cuando, la veo cuando la saca de su guarida para satisfacer los deseos de mis ciudadanos.
Y aquí y ahora sentado en mi trono, me encuentro en mis aposentos y rodeado de todo lo que siempre quise tener me pregunto ¿por qué me quiso matar? ¿Qué pasaría si no la hubiese matado? ¿Por qué me estoy arrepintiendo? Y lo peor de todo, ¿por qué todavía la amo?



Accésit del concurso de relatos 2015.
Alumnos de 3º y 4º de ESO.


Autora: Lydia Suárez Rodríguez 3ºC ESO.

Oídos creyentes a falsas justificaciones
Al amanecer, cuando las nubes ya empezaban a disminuir en el cielo, permitiendo asomarse el sol y sus primeros rayos de luz, iluminando el diminuto pueblo de tan solo trescientos habitantes, resonó la trompetilla del pregonero, creando una estridente melodía de fondo, junto a los constantes sonidos del gallo. Hoy era un día muy importante, dado que se iba a llevar a cabo un asunto que llevaba días rondando por las bocas de todos los habitantes. Dargun, un hombre robusto, de ancha espalda, facciones duras y decisivas, era un ganadero muy dedicado a su trabajo a lo largo de sus días. Sin embargo, al pobre y desdichado individuo le habían sustraído las tierras, las cuales no podía recuperar, y muchas veces había presentado ya bastantes quejas contra el gobernador. El azabache cabello le caía a los lados del rostro, mugroso y con unos toques canosos a causa de la edad. Dargun, no vivía solo, de hecho tenía una mujer que se dedicaba a cumplir con sus obligaciones en el hogar; más sus dos hijos, una niña de ocho años y un varón de seis.
Para hoy, que se concentraba en la plaza un juicio, vestía con una camisa harapienta y unos pantalones raídos, medio cortos que le llegaban hasta los tobillos. Tras despedirse de su esposa, Dargun emprendió su camino hasta la plaza, por cada paso que daba, más digno y firme se mostraba, dando a entender que lograría por sus propios medios salir ganador en esta competencia verbal.
Una vez hubo presentado, sin pasar del todo a la plaza, a sus oídos llegaron las voces de todas las personas que se hallaban reunidas en un corro, alrededor de las sillas. El ganadero avanzó seguro y decidido. Escasos segundos después, acudió el acusado y luego, acompañado por sus diez súbditos y una fila de cinco soldados, apareció el gobernador, vestido con unas ropas más dignas de un monarca. Ambos, el acusado y el ganadero, se sentaron sobre las sillas de madera, ya más anticuadas. Con voz raspada y tosca, el gobernador habló:
-Vos, hombre dedicado al cultivo y la ganadería; y vos, el ladrón que ha osado hacerse con las tierras del señor, hablad ahora.
Con total seguridad, Dargun habló.
-Mi señor, ha sido ese impostor, mi propio vecino quien ha robado mis tierras. Le pido, por favor, que me las devuelvan, pues mi esfuerzo mereció la pena por ellas.
El acusado, que habló sin permiso, respondió:
-¡Miente! No fui yo quien cometió tal audacia, mis manos no son las de un ladrón, pero mis palabras son honestas.
El público estalló en comentarios atroces y el gobernador los mandó callar.
-¡Silencio, pueblo! Si es así,  si el acusado es sincero, pues al parecer no ha cometido robo alguno, lo liberaremos sin más y creeremos en su palabra.
Fue en ese instante el en que Dragun explotó, carcomido por la furia.
-            Justicia, señor gobernador, justicia, y si no la hallo en la tierra, la iré a buscar al cielo! Señor gobernador de mi  ánima, este mal hombre me ha cogido en la mitad dese campo. Lo ha impregnado, ensuciado, robado y vos creéis más en su falsa palabra.
Cuando dijo todo aquello, ya el propio gobernador se había desentendido, yéndose, alejándose con sus más fieles perros.
Dargun había vuelto a perder.



Ganador del concurso de relatos 2015.
Alumnos de 1º y 2º de Bachillerato.

Autor: Antonio Saiz  Panduro 2ºD.

¿Por qué?

Fulminado. Esa sensación que entra y rompe todo. Rompe las últimas reservas de fuerza y aliento. Rompe eso en pequeñas partículas; átomos que se van y dejan solo vacío. Y es que, cuando te dicen que tras las últimas pruebas médicas de la semana pasada han encontrado un serio tumor en ut cabeza, todo se vuelve oscuro. El médico sigue con su charla de compasión, pero tú, solo, sin nadie con el que puedas compartir esta horrible situación. Estás perdido. Y cuando oyes el tiempo para que tu vida acabe: no encuentras escapatoria.
Tres meses. Se dice pronto y pasa aún más rápido. Este es el momento oportuno para decir que todo me da igual y que emprenderá un viaje de experiencias y sensaciones por el maravilloso mundo en el que vivo, pero, en realidad, no será así. Ya está todo hecho, el lunes entrará por la puerta del hospital y todo quedará atrás. Pero, ¿qué todo?
De repente, viene a mí un maremágnum de recuerdos, pero no bonitos, no; recuerdos de discusiones, soledad, fracasos y grandes decepciones; y me doy cuenta de que no soy nadie ni con nadie. Me acuerdo de cuando discutió por última vez con mis padres, de mi salida de casa, de mis noches durmiendo en la calle y de mi fracaso en la brillante carrera que estaba haciendo. Un cúmulo de malas decisiones que yo mismo decidí tener como memorias de una vida a capella y sin subidas ni bajadas, sino en un enorme desplome que dejó todo lo que yo era en ruinas.
Me dirigen a una habitación por el enorme laberinto que forman los pasillos del este hospital. Llegamos a la planta de oncología, y el ambiente no puede ser más deprimente. Gente enferma, muy enferma. Médicos de una habitación a otra, y enfermeras quejándose de lo desagradable que es tratar con los hospitalizados: “Come poco  y cena más poco; que la salud de todo el cuerpo se fragua en la oficina del estómago”; “Se le está yendo la cabeza al pobre y qué pena”. Todo anuncia tres últimos meses aún peores que mi rutina anterior, soportando una enfermedad que comenzó siendo un simple dolor de cabeza y que ahora me está destruyendo. Consumiendo  lo poco que quedaba de mí. Y todo este martirio en soledad, como siempre desde hace cuarenta años.
Pasó el tiempo y la pena que sentía era insoportable. Estaba pasando los últimos días de mi vida encerrado en una sosa habitación y dándome cuenta de lo poco que había vivido. Siendo consciente de que en mi vida no había encontrado nada que me hiciera feliz, por tonto, por idiota, imbécil, gilipollas, ciego. Había vivido con los ojos cerrados, con el egoísmo corriendo por mis venas y el desprecio por bandera. Una vida vacía de momentos y personas. Y todo por mi culpa, por elegir el camino incorrecto; porque todo son elecciones que haces tú y tú tienes la responsabilidad. Naces con la misión de ser consciente con lo que haces para convertir tu cuerpo hueco en una persona con espíritu, lleno de magia y movimiento. Pero y había elegido ser un organismo inerte.
¡Qué día más malo estaba pasando! Para colmo, era una jornada de lluvia triste y melancólica. Estaba mirando por la ventana cuando oí la puerta abrirse y supuse que era la enfermera, pero resultó ser una niña de la sección infantil. La pobre también tenía cáncer y su vida se estaba consumiendo tan rápido como la mía. No sabía por qué había venido a mi habitación, se sentó am i lado y decidió hacerme sonreír.  Alegrar mi rostro era una acción que hacía bastante tiempo que había olvidado. La niña me acarició la mejilla y me miró con una ternura que no sentía desde mi infancia. Se fue volando, simulando ser un pájaro. Yo permanecí sonriendo. Aquella pequeña enferma había sido capaz de hacerme sentir alegre y querido. No la he vuelto a ver, pero solo con su efímera visita, logró que yo volviera a saber qué era la felicidad con algo tan pequeño. No quedaba ni siquiera una semana para el final de mi historia y, al menos, me iba con aquel bonito recuerdo guardado como un gran tesoro. Un pedacito de vida que siempre quedará dentro de mí.





Accésit del concurso de relatos 2015.
Alumnos de 1º y 2º de Bachillerato.


Autora: Paloma Castillo Labrada 1ºEB.

Es cierto, la vida no es fácil para nadie; ni lo fue en ningún momento. Las personas crecemos, nos alimentamos de recuerdos y así aprendemos a ser mejores. Uno de esos recuerdos cambió mi vida, y en cierto modo, fue la primera vez que abrí los ojos a la idea de que no es tan difícil vivir.
Algunos cuentan que era un niño asustado, perdido y de mala experiencia, motivo por el cual enloqueció. Se hacía llamar el Soñador o, al menos, todos le llamaban así. Su mirada era oscura, diferente, misteriosa…, sencillamente grande. Recuerdo que no era demasiado cariñoso, pero tenía un gran corazón. Al fin y al cabo la humildad se asemeja a las estrellas, cuanto más buscan la oscuridad en el cielo, más brillan. Sin duda el Soñador deslumbró en el corazón de más de medio mundo.

La esquina del arrepentimiento:
El Soñador vislumbró a un hombre en tiempos honorable y ahora perdido en el alcohol, castigado al olvido del mundo. Su aspecto era descuidado y su espalda retorcida se apoyaba en la pared para sostener su desesperación. Su mano se aferraba fuertemente a un pequeño pañuelo y su gesto era inexpresivo, quizás incapaz de expresar tantos sentimientos. El Soñador se acercó al hombre y le preguntó:
-¿Por qué bebes? ¿Necesitas perder el juicio para olvidar?
-Yo estoy loco, yo no tengo juicio y no tengo que olvidar nada.
Y en esto, el Soñador se marchó. Había dejado una pequeña nota que decía: “Loco es aquel que ha perdido todo menos la razón”.

El tren de la duda:
En la estación de Atocha un hombre se asomaba a las vías del tren. Su mirada asustada parecía esperar algo, y entonces el Soñador descubrió que aguardaba el momento de saltar, el momento de derrumbarse en el vacío del olvido. Entonces el Soñador se acercó al hombre y habló con él en tono amistoso:
-¿Qué tal, buen hombre? Si esperas algún tren tengo aquí los horarios por si los necesitas.
Entonces, el hombre salió corriendo y se colocó al otro lado del andén. El Soñador empezó a gritar: “¿No piensas que hace un día muy bonito? Es una pena no volverlo a ver. Eso es una locura. Mírame a mí, yo estoy loco y no dejaría que un tren pusiera un final triste a mi vida.”
El hombre asustado pero más tranquilo comenzó a caminar alejándose del tren, del miedo y de la inseguridad. El Soñador se acercó a él y le dejó una nota que decía: ‘¡Abrid camino, señores míos, y dejadme volver a mi antigua libertad; dejadme que vaya a buscar la vida pasada, para que me resucite de esta muerte presente! Yo no nací para ser gobernador, ni para defender ínsulas ni ciudades de los enemigos que quisieren acometerlas… Yo no nací para ser yo.

La princesa:
El Soñador observó a una niña abandonada a su suerte. Tenía el cabello largo y los ojos oscuros, tan oscuros y tristes que sin saberlo muy bien, empecé a sentirme triste yo también. El Soñador se acercó y le preguntó:
-¿Cómo te llamas, princesa?
Pero la niña no contestó. El Soñador cogió su osito de peluche, aquel que nunca le dejaba solo y que siempre alcanzaba cuando sentía miedo, Dándole el peluche, el Soñador mencionó: “Nunca te abandonará”. Y en esto se marchó.
Estimado lector, siento no haberme presentado: soy escritora y me llamo Princesa. Ahora ya sé quién soy, soy alguien gracias a un hombre que me enseñó que no era diferente. Pero esta no es mi historia, sino la de un hombre que murió como un loco y es así como el Soñador apareció en todas las televisiones. El día de su muerte fue símbolo de respeto en más de medio mundo: murió como un loco y fue honrado como un gran héroe.



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